Alguna jornada de las que quedan en casa nos iba a ocurrir lo acontecido
ante el Sevilla. Como decía Chiquito, una mala tarde la tiene
cualquiera, y por eso me acuerdo de algunos encuentros que no fueron
tildados de auténtica final, como frente al Málaga. Quizá la holgada
clasificación, tras el sufrimiento de las primeras semanas, hizo que el
conformismo se instalara sin querer en nuestro subconsciente en espera
de otros envites. Éstos llegaron y, con mejores o peores sensaciones, la
realidad fue que se logró un solo punto de los últimos doce en disputa
que nos coloca en una previsible situación, si bien sumamente incómoda
después de ver a cierta distancia las plazas de descenso. Aun con todo, y
pese a la inesperada victoria del Valladolid, Francisco prescindió de
Jonathan. ¿Hasta qué punto nuestro equipo se puede permitir el lujo de
relegar al burkinés a la suplencia? ¿Por venir de un largo viaje con su
selección? ¿De verdad fue por eso? ¿Alguna razón táctica? No me vale
ninguna excusa, ni siquiera la física, tratándose de un jugador tan
joven y tan poderoso. Seguramente también habríamos perdido con el
concurso inicial de Jonathan, pero para ir sobrados nos queda un largo
trecho. El delantero es, hoy por hoy, nuestro jugador franquicia. Suso,
su teórico sustituto, no sale del bache en el que él mismo se introdujo.
Apenas aportó en alguna acción aislada, con escasas apariciones por
banda, mientras que Soriano anduvo incómodo con la cercana presencia del
gaditano. El éxito logrado en anteriores choques en el Mediterráneo se
cimentó en la seguridad defensiva, aunque como indiqué no siempre se
cumplen los preceptos a rajatabla, por lo que siempre habría que tener
bajo el brazo un plan B, en este caso ofensivo, tan molesto para los
rivales por la velocidad endiablada por las bandas del mismo Jonathan y
de Aleix. Por cierto, desconozco la razón de la enorme cola que se
produjo a la entrada por tribuna. Numerosos aficionados se perdieron los
primeros minutos del choque. Y a petición propia, los últimos.
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