Resulta complicado analizar un partido tan insólito. Lo que ocurrió a
partir de la sentencia del bulto sospechoso que se pavoneó por el
Mediterráneo, fue otra historia completamente diferente a la que ambos
conjuntos estaban protagonizando. No cometió este petulante trencilla un
error como otro cualquiera, sino uno ex profeso, políticamente
correcto, con el fin de despachar el encuentro sin que las feroces
críticas que supuestamente hubiese efectuado Caparrós en rueda de
prensa, le perjudicaran de cara a su actual estatus en el escalafón
arbitral. En un partido no excesivamente duro, no se cansó de mostrar
tarjetas y de exhibir ciertos aires de individuo acomplejado al
dirigirse a los jugadores. Cerrado el capítulo de este provocador de
tres al cuarto, habrá que seguir en la brecha con muchos menos puntos
que sensaciones. El equilibrio deseado desde estas líneas y anhelado
igualmente por Francisco aterrizó en el Mediterráneo. Un equipo que, sin
ser tan brillante como el de otras jornadas, siguió creando peligro y
tapó casi todas las vías de acceso al contrario, sobre todo por los
laterales. Además, cuando tuvo que recular en los últimos minutos de la
primera parte, lo hizo. Luego Suso, un diamante en bruto que acabará en
un grande, puso la magia hasta que se unió a la fiesta quien nunca debe
hacerlo. Se puede pitar penalti en una fijación y persecución
indiscutible por compensar, pero no olvidemos que por dos faltas leves
Christian se marcha al vestuario con toda la segunda mitad por delante.
Casi es más importante ese hecho que la misma pena máxima. Tras la
ignominia del bulto sospechoso se vio un Almería bien situado y más
valiente que contra el Elche, si tenemos en cuenta que enfrente había un
conjunto más poderoso que el ilicitano. Incluso los rojiblancos
tuvieron las ocasiones más claras. El camino ya lo hemos encontrado, es
estrecho y con curvas, pero si nos hacen más de una emboscada como la de
ayer, difícilmente llegaremos a la meta.
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