Mi nuevo artículo, publicado en Diario de Almería
Se puede perder por diferentes circunstancias, pero la derrota de anoche
dejó un amargo sinsabor. Encarar un choque ante un grande sin cometer
una sola infracción durante los primeros diez minutos, y sin haber
dominado al adversario, suena a chiste. O no se interpretó lo que había
que hacer o los nuestros pensaron que se podía aguantar el chaparrón
como en El Sadar, porque la última posibilidad es que el Madrid jugara
su mejor partido como foráneo, lo cual no nos eximía de disputar un
encuentro agresivo. Aun así, cuando a la Unión le dio por competir con
sus armas se destaparon las vergüenzas del rival, que demostró el porqué
de su tercera plaza en la clasificación. Y es que cada vez que el
Almería se acercaba tímidamente a las inmediaciones de Diego, se
contemplaba con claridad el coladero del Madrid en su zaga. Quizá el
único rojiblanco que supo a lo que jugar fue Dubarbier. El argentino
disputó cada balón con ahínco y causó algún sobresalto a los merengues.
También Rodri anduvo valiente y vivo a la hora de desmarcarse, pero
estuvo muy solo. Precisamente Suso, su mejor asistente, del que se echó
mano para disminuir la diferencia técnica con el adversario, estuvo
perdido como en anteriores jornadas. Barbosa podría haber gozado de una
oportunidad, que también hubiese servido como aviso para el gaditano.
Tampoco me convenció la posición de Pellerano. El hombre hizo lo que
pudo, pero nunca debemos depender de su distribución en la parcela
central. Nunca más. Lo mejor que se puede hacer es olvidar este partido y
pensar que la actitud se puede y se debe recobrar de cara al futuro.
Con sacrificio y buen hacer se volteó la extrema situación en la que nos
vimos envueltos. Si se vuelve a recuperar la confianza que se empezó a
conquistar en Valencia, este equipo podrá estar luchando hasta el final
por la salvación, pero si de nuevo se cae en la apatía de los primeros
minutos de anoche, las virtudes de este conjunto se volverán a disolver
como un azucarillo.
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