Mi nueva acta, publicada en Diario de Almería
Nuestra defensa de juguete fue un mero entretenimiento para un rival que
tampoco puso demasiado empeño en llevarse la victoria. Solo queda
esperar un milagro improbable y remoto
No puede ser tan cruel la realidad. Ayer finalizó la liga regular para
el Almería B, que por méritos propios disputará las eliminatorias por el
ascenso a Segunda A. Vamos, el sueño de esta ciudad de no hace tantas
temporadas, pero protagonizado por su filial. Algo nada creíble hace una
década si nos lo hubiesen dicho, aun en una noche festiva hartos de
vinos. Pues ahora llega el primer equipo, en una campaña en la que el
descenso se compra como si estuviéramos en unas terceras rebajas, y lo
fastidia por todo lo alto. Ni en las peores pesadillas se puede frustrar
un sueño tan hermoso. Todavía no se ha consumado la tragedia, pero
pintan bastos. Me quedo con unas cuantas imágenes a falta de cinco
minutos: un conjunto el nuestro tranquilo, esperando al Sevilla sin
causarle agobio alguno, como si el tercer gol del contrario nos apeara
de una supuesta competición de eliminatorias. A ver si Sergi tuvo toda
la razón del mundo al manifestar su enfado tras el entrenamiento del
sábado. Tan de elogiar fue la actitud al principio del choque, como
reprobable la indignante postura mostrada al final, cuando además tus
rivales por la permanencia estaban sacando una gran tajada de tan
decisiva jornada. Al Sevilla solo le bastó apretar el acelerador, con
los suplentes, durante diez minutos para fustigar a un adversario tan
endeble en defensa, como carente de un mínimo orgullo para morir con
dignidad. Los viejos males aparecieron en el momento de la verdad,
mediada la segunda mitad, cuando la suerte suprema de los partidos
corona al valiente y despluma al más gallina. Nuestra defensa de juguete
fue un mero entretenimiento para un rival que tampoco puso demasiado
empeño en llevarse la victoria. No hay nada más que observar la
pasividad final de la zaga contraria, emulando a nuestra retaguardia,
pero ni así fuimos capaces, no ya de lograr un tanto, sino de crear ni
una sola ocasión de peligro. El coladero de Dubarbier, el enésimo regalo
de turno, esta vez de Dos Santos, o la autoexpulsión de Trujillo
(señalado por Sergi), cuando el central debería de haber esperado al
desarrollo más avanzado de la jugada, confirman que este equipo es
blandengue, tierno y fofo, desde la zaga al último delantero, pasando
por el banquillo y por los diseñadores de una plantilla más pacifista
que el bueno de Gandhi. Al final se me quedó una extraña sensación, como
si a los locales no les hubiera importado conceder al Almería algún
regalo, en compensación de aquella clasificación del Sevilla para la
Champions, cuando Acasiete no quiso saber nada del goleador Rodri,
mientras las directivas de ambas entidades se congratulaban entre sí en
el palco del Mediterráneo. Quizá somos tan pésimos, que ni así. Ya solo
queda esperar a un milagro, tan improbable como remoto, sobre todo
porque nuestro equipo no está a día de hoy en condiciones de ganar a un
rival como el Valencia, que se juega la Champions en el Mediterráneo, e
incluso el importante tercer puesto, en caso de que el Atlético pierda
ante un renacido Granada, por obra y arte del ínclito Pina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario