lunes, 18 de mayo de 2015

Ni poniéndoselas como a Fernando VII

Mi nueva acta, publicada en Diario de Almería
 
Nuestra defensa de juguete fue un mero entretenimiento para un rival que tampoco puso demasiado empeño en llevarse la victoria. Solo queda esperar un milagro improbable y remoto

No puede ser tan cruel la realidad. Ayer finalizó la liga regular para el Almería B, que por méritos propios disputará las eliminatorias por el ascenso a Segunda A. Vamos, el sueño de esta ciudad de no hace tantas temporadas, pero protagonizado por su filial. Algo nada creíble hace una década si nos lo hubiesen dicho, aun en una noche festiva hartos de vinos. Pues ahora llega el primer equipo, en una campaña en la que el descenso se compra como si estuviéramos en unas terceras rebajas, y lo fastidia por todo lo alto. Ni en las peores pesadillas se puede frustrar un sueño tan hermoso. Todavía no se ha consumado la tragedia, pero pintan bastos. Me quedo con unas cuantas imágenes a falta de cinco minutos: un conjunto el nuestro tranquilo, esperando al Sevilla sin causarle agobio alguno, como si el tercer gol del contrario nos apeara de una supuesta competición de eliminatorias. A ver si Sergi tuvo toda la razón del mundo al manifestar su enfado tras el entrenamiento del sábado. Tan de elogiar fue la actitud al principio del choque, como reprobable la indignante postura mostrada al final, cuando además tus rivales por la permanencia estaban sacando una gran tajada de tan decisiva jornada. Al Sevilla solo le bastó apretar el acelerador, con los suplentes, durante diez minutos para fustigar a un adversario tan endeble en defensa, como carente de un mínimo orgullo para morir con dignidad. Los viejos males aparecieron en el momento de la verdad, mediada la segunda mitad, cuando la suerte suprema de los partidos corona al valiente y despluma al más gallina. Nuestra defensa de juguete fue un mero entretenimiento para un rival que tampoco puso demasiado empeño en llevarse la victoria. No hay nada más que observar la pasividad final de la zaga contraria, emulando a nuestra retaguardia, pero ni así fuimos capaces, no ya de lograr un tanto, sino de crear ni una sola ocasión de peligro. El coladero de Dubarbier, el enésimo regalo de turno, esta vez de Dos Santos, o la autoexpulsión de Trujillo (señalado por Sergi), cuando el central debería de haber esperado al desarrollo más avanzado de la jugada, confirman que este equipo es blandengue, tierno y fofo, desde la zaga al último delantero, pasando por el banquillo y por los diseñadores de una plantilla más pacifista que el bueno de Gandhi. Al final se me quedó una extraña sensación, como si a los locales no les hubiera importado conceder al Almería algún regalo, en compensación de aquella clasificación del Sevilla para la Champions, cuando Acasiete no quiso saber nada del goleador Rodri, mientras las directivas de ambas entidades se congratulaban entre sí en el palco del Mediterráneo. Quizá somos tan pésimos, que ni así. Ya solo queda esperar a un milagro, tan improbable como remoto, sobre todo porque nuestro equipo no está a día de hoy en condiciones de ganar a un rival como el Valencia, que se juega la Champions en el Mediterráneo, e incluso el importante tercer puesto, en caso de que el Atlético pierda ante un renacido Granada, por obra y arte del ínclito Pina.

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