Cuando se adivina en el horizonte la fusión entre el arcoíris y
el océano, una señal nos avisa de la buena nueva, como si un sueño
caminara en la dirección anhelada. Los segundos caminan con parsimonia, mientras
la mirada perdida nos dibuja un halo celestial de sosiego y armonía, comparable con el susurro del mar en una isla perdida. En el valle de las
reinas, descansan las elegidas, las que un día nos harán felices y dichosos...
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